Se marcha la vida con tu presencia,

con ese tu ser de fuego y rocío

que se rasga en el filo

de unos labios como espadas.

Ya se funden, mujer,

el ocaso y el despertar

tu vida con mi herida

la carne y la madera.

Te alejas, pero te quedas

en la noche o la condena,

en el amargor de la espera,

en el aire y en el silencio.

Ya no discurre el fuego

por la sangre de tus venas

te escondes… pero te quedas.